Mucho antes de la pandemia del COVID-19, las niñas y mujeres en Honduras se ven confrontadas a múltiples sistemas de opresión (sexismo, clasismo, racismo y otras formas de injusticia social). El coronavirus (COVID-19) agrava estas prevalecientes desigualdades ya que las medidas para contener el virus se centran en las restricciones de movimiento, cierres de barrios y suspensión de garantías constitucionales. Para muchas las políticas de “quedarse en casa” no representa la opción más segura, al contrario, aumentan el riesgo de violencia doméstica. Según el Sistema Nacional de Emergencias 911, las denuncias de violencia contra niñas y mujeres en Honduras aumentaron 16% en comparación a años anteriores, con más de 40 mil casos de agresión contra mujeres y niñas en el 2020 (Sistema Nacional de Emergencias 911 2020). Esto significa que una mujer/niña fue agredida cada hora durante la pandemia. Adicionalmente, según los reportes de movimientos feministas, se llevaron a cabo más 300 femicidios en el mismo marco de tiempo, de los cuales el 98.8% se mantienen impunes (Eguigure 2020).
Ante una situación alarmante de violencia contra las mujeres y niñas, complementada por la ausencia de seguridad social, los movimientos feministas en Honduras continuaron protegiendo sus derechos y sobre todo, velando por cada una de nuestras vidas antes, durante y tras la pandemia. En particular, resalta la voz de Ana Lisseth Cruz, fundadora y directora a de la Asociación Calidad de Vida, una organización sin fines de lucro que trabaja para que las mujeres y las niñas vivan libres de violencia. Hace 25 años, Cruz fundó la primera Casa Refugio para mujeres y niñas sobrevivientes de violencia de género. Actualmente lidera los tres y únicos refugios en el Distrito Central, transformando la vida de mujeres sobrevivientes de trata de personas, violencia doméstica/intrafamiliar y sexual y mujeres desplazadas por violencia.
“Entre los tres refugios tenemos una capacidad de atender únicamente a veinticinco mujeres con sus hijos e hijas” comparte Cruz, describiendo la diversidad de retos sobre capacidad y recursos que se intensificaron durante la pandemia “sin embargo, como mujeres, no podemos quedarnos con los brazos cruzados “afirma. El 90% del presupuesto de la organización depende de Cooperación Internacional, mientras que muchas veces luchan por los recursos más básicos a través de donaciones particulares. Dentro del refugio, las mujeres participan activamente en la preparación de alimentos y tienen acceso a una formación educativa en diversos temas que abordan derechos humanos, estrategias para romper los ciclos de violencia y talleres ocupacionales. Así mismo, cuentan con sesiones de atención legal y psicológica. Mientras que los niñas y niños, continúan sus estudios gracias al equipo de pedagogas, accediendo a la vez a terapias psicológicas y momentos de recreación.
Guiada por sus valores, la labor de Cruz no solo se centra en la dirección de los refugios, sino también se entrega a la defensa de los derechos de las mujeres y niñas. Cruz diversifica sus talentos, y no tiene miedo de unirse a protestas en las calles, así como a presentar soluciones frente a los Operadores de Justicia. Sus luchas más recientes incluyen la presentación de la Ley de Casas Refugio, que no fue aprobada por el Congreso Nacional y su participación contra la abolición de cualquier regresión constitucional que penalice de manera absoluta el aborto. “Nunca los movimientos de mujeres nos hemos coartado de tener esa esperanza de que finalmente los gobiernos van a reaccionar” afirma Cruz, con respecto a la esperanza que le motiva a seguir luchando por avanzar en la protección de los derechos humanos.
Su labor describe el potencial de la sororidad y evidencia la importancia y el rol activo de la sociedad civil. Así como ella, muchas mujeres representantes de los movimientos feministas en Honduras como Movimiento de Mujeres por la paz Visitación Padilla, Centro de Derechos de Mujeres, CEM-H, entre otros, contribuyen a transformar este movimiento social en representación política. Ellas, sin conocernos, luchan por todas nosotras y es gracias a sus voces que hoy gozamos de una infinidad de derechos y de información. Su labor nos permite, hoy, más que nunca, ser parte del cambio y la renovación para una sociedad más incluyente.